dilluns, 11 de gener del 2010

Este olor a mar

El viajero pisó de nuevo la ciudad de la que se había enamorado tiempo atrás. Ahora, abrazada por el frío olía de otra manera. Pero seguía gustándole el verde de sus jardines, el azul de sus aguas y de su cielo, las formas de los edificios. En cierta manera, le recordaba a su lugar de origen, por esto estaba de lo más cómodo paseando por los boulevares de Palma de Mallorca.

El ambiente se había perfumado con cierto olor a nostalgia, melancolía. Los colores grises que habían aparecido súbitamente ayudaban a crear un ambiente dulcemente triste. Caminaba por el centro, recordando a viejas caras conocidas que quería volver a ver. Y, como un niño, en aquél momento. ¡Gloriosa aquella hora, si se cruzaran las miradas!

"Tiqué, Tiqué, oh Tiqué. ¿Qué pasaría si me dieses buena suerte y me la encontrase cara a cara? Le desearía Fortuna y Gloria, que es lo que quiero que sobre todo reciba. Hermes, amigo de los viajeros y caminantes, estoy en tierras que poco a poco van siéndome familiares, pero aún así... ¡os necesito!" Iba diciéndose a sí mismo, en forma de pequeña plegaria.

Se dispuso a buscar un sitio donde comer. Siempre había creído que los milagros son un pequeño tanto por ciento beneficioso que la Naturaleza ofrece. En aquel momento, ya fuese porque madre Naturaleza así lo quiso, ya fuese por acto divino (¿Tiqué, Hermes?) o pura coincidencia, ambos se encontraron cara a cara. Sin esperarlo. Un encuentro esporádico, pero tan alegre o más que si lo hubieran planeado.

- Tengo que invitarte a algo, ahora o cuando quieras- se le propuso a la amiga.

- Me temo que...- dijo, sonriendo, la chica.

- Mientras me quede sangre en el cuerpo, no dejaré de ser un caballero- la cortó súbitamente, devolviéndole la sonrisa y cogiéndola del brazo.

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