divendres, 18 de desembre del 2009

Recordando por qué soy agnóstico

En esta tarde tan fría de diciembre... a pocos días de que la Navidad y su falsa sonrisa llame a la puerta de nuestras casas... recordé por qué soy agnóstico.

Veamos. ¿Por qué las religiones intentan demostrar con mitos, con sabiduría popular, con discursos teológicos, la existencia de un o unos seres con los que iremos cuando nos llegue la hora? Las palabras, por muy bellas que se pinten, no consiguen demostrar nada si no tienen el apoyo de demostraciones sólidas. Las letras y frases, con el viento cabalgan y se desvanecen en el cuerpo invisible de nervioso Eolo.

¿Por qué la ciencia nos intenta demostrar, valga la redundancia, la inexistencia de las divinidades? ¿Cómo se puede no demostrar una cosa que no se sabe exactamente cómo es, ni a qué sabe, ni a qué huele? Son puras teorías, puras palabras sin demostraciones sólidas.

Ciencia y religión no estuvieron tan distanciadas en la Antiguedad. Creo recordar que eran los chamanes o sacerdotes los médicos y científicos de las primeras civilizaciones. Ciencia y religión. Acutalmente, son tan incomprensibles. O esa pauta marca la sociedad actual.

La pregunta que se me formula en estos momentos es la siguiente: ¿Cómo demostrar o desmentir algo que no puede demostrarse o desmentirse? Los dioses viven en nuestras almas si realmente queremos que vivan. En el momento que echemos de nuestras consciencia a Dios, Alá, Jahvé, Buda, Astarté, Zeus o Ishtar, todo ser superior dejará de existir. En parte, hasta que la sociedad los haya eliminado del todo.

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