Julio quemaba demasiado ese año en Andalucía. Todos vestidos de negro, despidieron a Jorge, aquél señor de treinta y pocos años de aspecto bizarro pero noble corazón. El cura lucía su mejor traje. Una celebración fúnebre, pero una celebración. La muerte se había llevado a uno más. ¿Y qué?, se preguntaba el sacerdote.
Entre lágrimas y dolor, miradas de recelo hacia el sacerdocio. La indignación se había colado en las tristes filas humanas, pero sólo se dio a conocer después del entierro. ¿Por qué los terratenientes y curas vivían bien, y ellos no? ¿Por qué ellos tenían que morir como Jorge? No eran perros. Eran hombres y mujeres desamparados. El trabajo no dignifica, mata lentamente. Y más si se trata de aguantar un esfuerzo sobrehumano en un ambiente casi hostil.
Cuando las campanas callaron, todos levantaron las hoces y los martillos.
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