diumenge, 28 de febrer del 2010

El regreso de Perséfone

El dios de los mensajeros, los viajeros, los mercaderes, los ladrones, señor y dueño de los caminos, el todo poderoso Hermes, bajó hasta los infiernos con un sólo propósito: devolver a Deméter a su hija Perséfone, que había sido raptada por Hades, máximo exponente de la Muerte.

En todo su reino, reducido a una caverna sin fin, el influjo de las Parcas se hacía notar a cada paso que el volátil Hermes daba. Ni la intensa oscuridad, ni el grito desesperado de las almas del lago intimidaron a Logios a pesar que se encontraba en el lugar más inhóspito que cualquier mortal o dios pudiera conocer.

Caronte le esperaba junto a su barca en la orilla. El viejo se deslumbró al ver la figura del amo de las sandalias aladas. No estaba acostumbrado a recibir a ningún vivo. Tardó un poco en acostumbrarse al resplandor de su nuevo pasajero. Con un tenue gruñido, le invitó a subir.

El recorrido duró muy poco. Hermes, al bajar, escuchó decir a Caronte: "No se te ocurra volver más por aquí, hijo de ninfa".

No le costó nada acceder al trono de Hades. Éste estaba sentado, esperando al mensajero de los dioses. Un incómodo silencio se hizo en aquella especie de sala. Perfséfone, cabizbaja, comenzó a sollozar.

- ¿Ya vienes a por mi esposa, bastardo?- espetó Hades con profunda voz.

- Vengo a llevarme a Perséfone por mandato de los dioses. No pongas ninguna pega; de lo contrario, sufrirás la ira de Zeus- Hades se rió.

- ¿De mi hermano?- continuó riendo, pero cortó secamente. Miró a Perséfone- Si no fuera porque he hecho un pacto con Deméter, ten por seguro que ningún dios podría arrebatarme a mi esposa.

- ¡Qué lástima para los humanos!- dijo Hermes, con un poco de doble sentido.

- ¡No seas cínico, Hermes! Eres patrón de ladrones y mentirosos.

- Precisamente porque soy señor de ladrones y mentirosos, comerciantes y pastores, por lo que me preocupo. ¿Quién se ocuparía de rezarme, si no existe humano para hacerlo? Incluso tú verías mermado tu... negocio, estúpido.

Se hizo otro silencio incómodo.

- Tenemos que marchar- dijo finalmente Hermes.

El de las sandalias aladas cogió a Perséfone de la mano y se la llevó cueva a fuera. La primavera había vuelto

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